Javier Cevallos Perugachi
***
Sobre la fachada de la torre Latinoamericana van levantándose esbeltas columnas de Carrara. El conjunto resulta armónico: el aluminio y el vidrio se funden furiosamente en vetas opalinas.
Arcos imposibles de medio punto se superponen, a más de treinta metros, mientras el guerrero águila estremece, con un grito, los pilotes que se anegan en los túneles del subterráneo.
Del otro lado se ve brotar el rostro severo de un jaguar y el conjunto empieza a policromarse: reconozco el trazo de Siqueiros, de Villalpando y el de algún artista mexica, cuyo nombre no ha querido ser descubierto.
Alrededor de la antena van cerrándose las cúpulas, la linterna y el cupulín. El interior se ornamenta con tezontle –la sangre de Tenochtitlan-. En los despachos superiores, los archivos y escritorios de caoba van siendo desplazados por enormes retablos, olorosos a copal; las paredes se cubren de altares católicos: responsos de granito y arenisca.
El sol se yergue hasta el cénit, el colibrí azul vuela alrededor de la cúpula inefable, las sombras se proyectan hacia la cima, por escalinatas ceremoniales que se atenazan al rascacielo. Cierta presencia asciende en silencio, entra por una ventana, deja atrás el abismo del ascensor, se asoma a la azotea. Los colibríes se desbandan. En el remate del edificio, una cabeza se agita, se desenrosca y petrifica contra el cielo, cárdeno de incandescencias.
El señor Quetzalcóatl abandona su exilio en Aztlán.
Ciudad de México, dosmilsiete.
***
Finis terrae
Cuius corpus sepelitur
in terra Galecie,
Et petentes illud digne
summut vitam glorie.
Iam per totum fulget mundum
divinis miraculis,
Qui viginti viros olim
solvit ab ergastulis.
in terra Galecie,
Et petentes illud digne
summut vitam glorie.
Iam per totum fulget mundum
divinis miraculis,
Qui viginti viros olim
solvit ab ergastulis.
Aimericus Picaudi
Sabed, fidalgos,
que vengo más de trescientas leguas de allende de Roma,
otras tantas allende de Santiago.
Oí allí tantas de vuestras bondades,
que faziades mucho bien a probes,
e más a jograles.
Vengo rogando a Dios por vuestros días,
ansí como el gato por las longanizas.
que vengo más de trescientas leguas de allende de Roma,
otras tantas allende de Santiago.
Oí allí tantas de vuestras bondades,
que faziades mucho bien a probes,
e más a jograles.
Vengo rogando a Dios por vuestros días,
ansí como el gato por las longanizas.
Juglar anónimo
La permanencia es el error
y campo fértil de la sospecha.
Sumo, como el escriba medieval,
variantes al camino hecho
-todo traslado es ilusión-
el viaje va acumulando trazos
a la ciudad que conservo en recuerdos.
Solo entonces el desplazamiento adquiere sentido.
¿Hasta dónde será necesaria la distancia
para poder observar el esbozo
que formarán las estelas
de los viajeros infatigables?
¿Qué rostro moldearán?
El corazón retrasa su latido
en una línea constante de hastío:
lo que no era sino misterio,
viaje insensato,
va configurando el peregrinaje
en un mapa de marejadas incesantes.
El silbido del caminante
es materia inmaculada de la ausencia
y arquitectura del recuerdo
que, como el aire, apresa
la oscura trayectoria de los pájaros.
¿Qué queda tras el fugaz rastro de la memoria?
Desamor de tiempos y mareas:
las huellas del peregrino se pierden
como una quemazón de nieve
al bochorno de la tarde.
Nunca estuvieron más lejanos
dos puntos que en la travesía:
el mundo compacto del mapa
se desdobla en kilómetros o millas
bajo los cielos cautivos de ardor.
Lo que antes se señalaba con un dedo
ahora es inabarcable a la idea;
aquello que no se mencionaba
ahora se descompone en lamentos
que atraviesan la noche
percudida de átomos neutros,
cruces de vía
y abandono de estación.
Nada queda para rendir a la vigilia
salvo estas manos transidas de adioses,
como una herida que no cerrará nunca:
dices destino pero nunca lugar,
arribas, pero jamás llegarás.
¿Qué queda tras abandonarlo todo?
Los detalles y las generalidades,
lo aprehensible y lo admirable,
los nombres de las cosas
que usamos para no olvidar,
y los olvidos ciertos y los descuidos
en otras horas y otros destinos.
Tras cada distancia sometida,
la trashumancia deviene en des(a)tino,
que se despoja de lugares y quereres,
sorteando todo obstáculo en la huida,
desbandada, malón, estampida.
¿Qué queda tras el trémulo paso del recuerdo?
El peregrino alcanza el finis terrae,
y, enfermo de tantas despedidas,
incendia alegremente sus vestidos:
museo del prado
calle de huertas
calle de huertas
velásquez, goya, quevedo
museo del jamón (un restaurante)
paella vegetariana
frío
nieve
mañana en toledo
13 horas en un avión
tsunami mata 150.000
te extraño
museo del jamón (un restaurante)
paella vegetariana
frío
nieve
mañana en toledo
13 horas en un avión
tsunami mata 150.000
te extraño
Madrid, dosmilocho.
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